Autoridades educativas que nos acompañan
Autoridades de la Unidad Educativa Fiscomisional Daniel Álvarez Burneo
Compañeros, compañeras, presentes todos
En un contexto tan difícil y sui géneris como el que vivimos, y en el que la violencia parecería empeñar incluso la belleza de los nuevos amaneceres, la palabra, la palabra -quiero decir-, la palabra valiente y esencialmente diáfana, es el instrumento para materializar la esperanza que aún nos mantiene aquí, resilientes y decididos, a continuar por la senda de la vida. Y la vida no puede ni debe tener sentido sin la tan anhelada paz, que más allá de un concepto lanzado al vacío, es una construcción permanente desde dos aristas: la primera, que va anclada a la decisión política de los gobernantes y que se traduce en la respuesta que da el Estado ecuatoriano a los momentos tan trágicos que vive la patria, y la segunda, que entiende y asume a la paz como una construcción social con todo lo que ello implica.
No basta, para vivir en paz y con paz, con lograr el control de los tentáculos de la delincuencia, el narcotráfico y la narcopolítica, inclusive. Es necesario, pero no basta. Y no basta porque si algo hemos de lamentar, es que todos los recursos económicos que se destinan hoy por hoy al control de estos grupos que actúan al margen de la ley, no se puedan destinar en salud, educación, lucha contra la pobreza, el hambre, la desnutrición crónica infantil y tantas heridas que tiene esta patria. Es probable que no haya otro camino, es cierto, pero si acaso prontamente -como en efecto lo anhelamos-, se logra controlar el asunto de la inseguridad que hoy nos tiene en zozobra, apenas habrá sido el primer peldaño. Porque la siguiente tarea urgente será, para jactarnos de abrazar la tan anhelada paz, que los hambrientos tengan comida, que los sedientos puedan beber agua, que los niños tengan educación digna, que los trabajadores tengan trabajo y que los pobres superen esa condición tan perversa que los tiene no solo llenos de carencias, sino marginados. Solo cuando “los nadies”, como Eduardo Galeano los llama en uno de sus poemas más logrados, hayan abrazado la dignidad humana, solo entonces podremos hablar de una verdadera paz.
Porque la paz, señores y señoras, es un estado vital de todo individuo que, siendo sinónimo de equilibrio, hace alusión no solo a la ausencia de guerra, sino a un nivel óptimo de convivencia y al mejoramiento mismo de la calidad de vida. De qué nos sirve, pues, que los grupos delincuenciales y terroristas sean sometidos al rigor de la ley, si más tarde niños y jóvenes sin oportunidades seguirán siendo presa fácil de estos grupos. De qué nos sirve que las cárceles sean controladas, si más adelante seguirán siendo alegoría de la corrupción, de la violencia en su estado más crudo y de un sistema penitenciario putrefacto, tanto como el mismo sistema político. Yo me pregunto, ¿de qué nos sirve? De qué nos sirve hablar de paz, si la peor violencia de la que un niño puede ser víctima, es la de padecer desnutrición crónica infantil. De qué nos sirve hablar de paz, si la peor violencia de la que un niño puede ser víctima, es la de no tener medios ni forma alguna de preparase y dar marcha a su ávido pensamiento. De qué nos sirve hablar de paz, si la peor violencia de la que un ser humano puede ser víctima, es la de no tener ni si quiera un mendrugo de pan para poner en sus estómagos. Yo me pregunto, reiterativamente, ¿de qué nos sirve?
Por ello es que la paz no puede ser un anhelo coyuntural, del momento, ni entendida solamente como la ausencia de guerra o de inseguridad. En lo absoluto. Para lograr la paz, este país, que necesita de su gobierno, pero también de su gente, debe resolver con urgencia los problemas estructurales, escúchese bien, problemas estructurales que padece y que sufre. En ese sentido, desde una visión holística, es nuestro grito de esperanza por la paz de esta nación, que no ha de sucumbir ante los grupos que pretenden tenerla humillada y de rodillas, pero que tampoco ha de sucumbir ante una realidad macabra de desigualdades y problemas sociales latentes. Paz, sí, la queremos y la exigimos, pero también, les digo, la construimos. Solo entonces adquieren plenitud estas palabras que, siendo contundentes, son también de esperanza. Porque vivimos en paz o vivimos en paz. No hay otro camino, porque la paz misma es el único camino vital.
Señoras, señores
Autoridades de la Unidad Educativa Fiscomisional Daniel Álvarez Burneo
Compañeros, compañeras, presentes todos
En un contexto tan difícil y sui géneris como el que vivimos, y en el que la violencia parecería empeñar incluso la belleza de los nuevos amaneceres, la palabra, la palabra -quiero decir-, la palabra valiente y esencialmente diáfana, es el instrumento para materializar la esperanza que aún nos mantiene aquí, resilientes y decididos, a continuar por la senda de la vida. Y la vida no puede ni debe tener sentido sin la tan anhelada paz, que más allá de un concepto lanzado al vacío, es una construcción permanente desde dos aristas: la primera, que va anclada a la decisión política de los gobernantes y que se traduce en la respuesta que da el Estado ecuatoriano a los momentos tan trágicos que vive la patria, y la segunda, que entiende y asume a la paz como una construcción social con todo lo que ello implica.
No basta, para vivir en paz y con paz, con lograr el control de los tentáculos de la delincuencia, el narcotráfico y la narcopolítica, inclusive. Es necesario, pero no basta. Y no basta porque si algo hemos de lamentar, es que todos los recursos económicos que se destinan hoy por hoy al control de estos grupos que actúan al margen de la ley, no se puedan destinar en salud, educación, lucha contra la pobreza, el hambre, la desnutrición crónica infantil y tantas heridas que tiene esta patria. Es probable que no haya otro camino, es cierto, pero si acaso prontamente -como en efecto lo anhelamos-, se logra controlar el asunto de la inseguridad que hoy nos tiene en zozobra, apenas habrá sido el primer peldaño. Porque la siguiente tarea urgente será, para jactarnos de abrazar la tan anhelada paz, que los hambrientos tengan comida, que los sedientos puedan beber agua, que los niños tengan educación digna, que los trabajadores tengan trabajo y que los pobres superen esa condición tan perversa que los tiene no solo llenos de carencias, sino marginados. Solo cuando “los nadies”, como Eduardo Galeano los llama en uno de sus poemas más logrados, hayan abrazado la dignidad humana, solo entonces podremos hablar de una verdadera paz.
Porque la paz, señores y señoras, es un estado vital de todo individuo que, siendo sinónimo de equilibrio, hace alusión no solo a la ausencia de guerra, sino a un nivel óptimo de convivencia y al mejoramiento mismo de la calidad de vida. De qué nos sirve, pues, que los grupos delincuenciales y terroristas sean sometidos al rigor de la ley, si más tarde niños y jóvenes sin oportunidades seguirán siendo presa fácil de estos grupos. De qué nos sirve que las cárceles sean controladas, si más adelante seguirán siendo alegoría de la corrupción, de la violencia en su estado más crudo y de un sistema penitenciario putrefacto, tanto como el mismo sistema político. Yo me pregunto, ¿de qué nos sirve? De qué nos sirve hablar de paz, si la peor violencia de la que un niño puede ser víctima, es la de padecer desnutrición crónica infantil. De qué nos sirve hablar de paz, si la peor violencia de la que un niño puede ser víctima, es la de no tener medios ni forma alguna de preparase y dar marcha a su ávido pensamiento. De qué nos sirve hablar de paz, si la peor violencia de la que un ser humano puede ser víctima, es la de no tener ni si quiera un mendrugo de pan para poner en sus estómagos. Yo me pregunto, reiterativamente, ¿de qué nos sirve?
Por ello es que la paz no puede ser un anhelo coyuntural, del momento, ni entendida solamente como la ausencia de guerra o de inseguridad. En lo absoluto. Para lograr la paz, este país, que necesita de su gobierno, pero también de su gente, debe resolver con urgencia los problemas estructurales, escúchese bien, problemas estructurales que padece y que sufre. En ese sentido, desde una visión holística, es nuestro grito de esperanza por la paz de esta nación, que no ha de sucumbir ante los grupos que pretenden tenerla humillada y de rodillas, pero que tampoco ha de sucumbir ante una realidad macabra de desigualdades y problemas sociales latentes. Paz, sí, la queremos y la exigimos, pero también, les digo, la construimos. Solo entonces adquieren plenitud estas palabras que, siendo contundentes, son también de esperanza. Porque vivimos en paz o vivimos en paz. No hay otro camino, porque la paz misma es el único camino vital.
Señoras, señores